El primer cementerio conocido se situaba en la puerta de la
iglesia rodeado por un muro cuya ubicación aproximada se reproduce en la imagen
recreada siguiente.
Recreación de la ubicación aproximada del antiguo muro del cementerio y su puerta de acceso. (Imagen obtenida de Google Earth). |
Las actuales casas de los hermanos Pedro, Benjamín e
Inocencio Aguilar eran una única casa: la casa del cura. En la posguerra vivía en esta
casa el cura del pueblo: mosen Cesáreo. Mosen Cesáreo almacenaba la hierba que servía de comida
para sus animales en la parte superior de la actual casa de Benjamín Aguilar.
La llevaba por el cantón hasta allí en cargas de fajos a lomos de sus machos (animales de
carga). La estrechez del callejón entre el muro del cementerio y las paredes de
la casa de mis abuelos paternos dificultaba el transporte de estas cargas. Por ello mosen Cesáreo decidió derribar el muro del antiguo e inutilizado
cementerio dejándolo como parte de una plaza pública que pasó a denominarse ‘replaceta’.
La replaceta era uno de mis lugares más frecuentados para juegos en mi infancia
por su proximidad a mi casa. Antes de su pavimentación afloraban en la
superficie de la tierra algunos de los huesos de los cadáveres allí enterrados a
los que nadie daba importancia, pues formaban parte del paisaje al que
estábamos habituados. En particular recuerdo los de unas costillas muy visibles.
Tuve el ‘honor’ de trabajar como peón de albañil en las
obras de pavimentación de las calles de Las Parras, al igual que en las obras de alcantarillado. Recuerdo que para reducir el desnivel tanto de la replaceta
como de la plaza del pairón, se rebajó la parte superior de la replaceta
situada junto a la pared de la iglesia, incluidas sus escaleras de acceso (las
llamadas ‘escalericas’). Los escombros sobrantes se depositaron en la parte
inferior de la plaza del pairón. Entre dichos escombros se encontraban
numerosos restos de huesos humanos del antiguo cementerio.
Foto familiar de la comunión de mi hermano Alejandro sobre las antiguas escalericas. |
El segundo cementerio es el que denominamos como ‘cementerio
viejo’. Está situado en la parte posterior y menos accesible de la iglesia.
Parte de él se derrumbó sobre las casas entonces abandonadas situadas debajo. Una
de ellas es la actual de mi tía Rosa. En mi infancia pertenecía a mis abuelos,
y la parte delantera era utilizada por mi padre como almacén. La parte trasera próxima
al cementerio estaba derrumbada y entre la superficie de los escombros podían
verse varios huesos de restos humanos procedentes del derrumbe
del cementerio viejo. Uno de ellos era una calavera en perfecto estado.
También este fue un lugar muy frecuentado en mis juegos
infantiles, y era mi preferido para esconderme cuando jugábamos en la era de mis padres a la maya (ver
el periódico ‘El Pairón’ nº 0 de 1991 en la página 6).
Se puede decir que los huesos humanos formaron parte del paisaje habitual de
los juegos en mi infancia temprana.
Quiero compartir una curiosa anécdota acerca de la calavera
mencionada anteriormente: En los primeros años de celebración de las actuales fiestas
tras su recuperación, el almacén de mi padre era utilizado como peña. El nombre
de la peña era muy acertado: peña ‘El Caníbal’. Como símbolo de la misma tenían
en su interior la calavera mencionada. Los integrantes de la peña pegaron a
ella un maxilar inferior muy bien conservado que localizaron entre los restos
óseos y que encajaba a la perfección. En cierta ocasión los músicos que
actuaban en el baile del pueblo visitaron la peña, que estaba abierta a todo el
mundo. Hubo un momento en el que los músicos se quedaron solos en la peña y,
creyendo que la calavera era de plástico, se les ocurrió la brillante idea de
jugar al fútbol con ella. Estos músicos son conocidos míos de Teruel y hemos recordado
varias veces la anécdota que ellos mismos me transmitieron, pues nadie en Las
Parras les vio. No fueron conscientes de que la calavera era auténtica hasta
que años después nos encontramos y comentamos dicha anécdota. Esto certifica el
excelente estado de conservación de la calavera, pues no sufrió daño alguno. Se
ignora el paradero actual de dicha calavera así como del resto de huesos humanos.
Posiblemente fueron arrojados en alguna escombrera del pueblo.
El tercer y último cementerio es el actual conocido por
todos. Entre otras cosas, en su interior puede verse la placa de uno de los
parrinos ilustres en él enterrado al que se hacía referencia en el periódico ‘El Pairón’ nº 1 de 1992: Mosen Antonio Badal Solsona.
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