miércoles, 29 de julio de 2020

Los cementerios de Las Parras.

El primer cementerio conocido se situaba en la puerta de la iglesia rodeado por un muro cuya ubicación aproximada se reproduce en la imagen recreada siguiente.
Recreación de la ubicación aproximada del antiguo muro del cementerio y su puerta de acceso. (Imagen obtenida de Google Earth).
Las actuales casas de los hermanos Pedro, Benjamín e Inocencio Aguilar eran una única casa: la casa del cura. En la posguerra vivía en esta casa el cura del pueblo: mosen Cesáreo. Mosen Cesáreo almacenaba la hierba que servía de comida para sus animales en la parte superior de la actual casa de Benjamín Aguilar. La llevaba por el cantón hasta allí en cargas de fajos a lomos de sus machos (animales de carga). La estrechez del callejón entre el muro del cementerio y las paredes de la casa de mis abuelos paternos dificultaba el transporte de estas cargas. Por ello mosen Cesáreo decidió derribar el muro del antiguo e inutilizado cementerio dejándolo como parte de una plaza pública que pasó a denominarse ‘replaceta’. La replaceta era uno de mis lugares más frecuentados para juegos en mi infancia por su proximidad a mi casa. Antes de su pavimentación afloraban en la superficie de la tierra algunos de los huesos de los cadáveres allí enterrados a los que nadie daba importancia, pues formaban parte del paisaje al que estábamos habituados. En particular recuerdo los de unas costillas muy visibles.
Tuve el ‘honor’ de trabajar como peón de albañil en las obras de pavimentación de las calles de Las Parras, al igual que en las obras de alcantarillado. Recuerdo que para reducir el desnivel tanto de la replaceta como de la plaza del pairón, se rebajó la parte superior de la replaceta situada junto a la pared de la iglesia, incluidas sus escaleras de acceso (las llamadas ‘escalericas’). Los escombros sobrantes se depositaron en la parte inferior de la plaza del pairón. Entre dichos escombros se encontraban numerosos restos de huesos humanos del antiguo cementerio.
Foto familiar de la comunión de mi hermano Alejandro sobre las antiguas escalericas.
El segundo cementerio es el que denominamos como ‘cementerio viejo’. Está situado en la parte posterior y menos accesible de la iglesia. Parte de él se derrumbó sobre las casas entonces abandonadas situadas debajo. Una de ellas es la actual de mi tía Rosa. En mi infancia pertenecía a mis abuelos, y la parte delantera era utilizada por mi padre como almacén. La parte trasera próxima al cementerio estaba derrumbada y entre la superficie de los escombros podían verse varios huesos de restos humanos procedentes del derrumbe del cementerio viejo. Uno de ellos era una calavera en perfecto estado.
Foto de la ubicación de los antiguos cementerios obtenida de Google Earth:
1.- Cementerio de la puerta de la iglesia.
2.- Cementerio viejo.
3.- Lugar donde fueron depositados los escombros procedentes del cementerio de la puerta de la iglesia.
También este fue un lugar muy frecuentado en mis juegos infantiles, y era mi preferido para esconderme cuando jugábamos en la era de mis padres a la maya (ver el periódico ‘El Pairón’ nº 0 de 1991 en la página 6). Se puede decir que los huesos humanos formaron parte del paisaje habitual de los juegos en mi infancia temprana.
Quiero compartir una curiosa anécdota acerca de la calavera mencionada anteriormente: En los primeros años de celebración de las actuales fiestas tras su recuperación, el almacén de mi padre era utilizado como peña. El nombre de la peña era muy acertado: peña ‘El Caníbal’. Como símbolo de la misma tenían en su interior la calavera mencionada. Los integrantes de la peña pegaron a ella un maxilar inferior muy bien conservado que localizaron entre los restos óseos y que encajaba a la perfección. En cierta ocasión los músicos que actuaban en el baile del pueblo visitaron la peña, que estaba abierta a todo el mundo. Hubo un momento en el que los músicos se quedaron solos en la peña y, creyendo que la calavera era de plástico, se les ocurrió la brillante idea de jugar al fútbol con ella. Estos músicos son conocidos míos de Teruel y hemos recordado varias veces la anécdota que ellos mismos me transmitieron, pues nadie en Las Parras les vio. No fueron conscientes de que la calavera era auténtica hasta que años después nos encontramos y comentamos dicha anécdota. Esto certifica el excelente estado de conservación de la calavera, pues no sufrió daño alguno. Se ignora el paradero actual de dicha calavera así como del resto de huesos humanos. Posiblemente fueron arrojados en alguna escombrera del pueblo.

El tercer y último cementerio es el actual conocido por todos. Entre otras cosas, en su interior puede verse la placa de uno de los parrinos ilustres en él enterrado al que se hacía referencia en el periódico ‘El Pairón’ nº 1 de 1992: Mosen Antonio Badal Solsona.

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