Hasta la década de los 80 del siglo pasado, en Las Parras de Martín
se cultivaban gran variedad de árboles frutales cuyas frutas se
vendían en los pueblos de alrededor. Los más abundantes eran los
manzanos (que aquí llamábamos ‘las manzaneras’) y los perales
(aquí denominados ‘las pereras’). Otra fruta muy apreciada
antigüamente que ha caído en desuso es la azarolla, cuyo árbol
frutal es el azarrollo (aquí denominada ‘la acerollera’ o
también ‘el acerollero’). De ella hablaremos en otra entrada.
Entre las variedades de peras cultivadas destacaban las peras de agua, peras de roma, peras limoneras, peras de mala cara, peras ercolinas, …
La variedad más abundante entre la manzanas era la manzana normanda, aunque se cultivaban muchas otras: manzana de Eva, manzana golden, manzana espedriega, manzana helada, manzana reineta, manzana verdedoncella, …
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Detalle de la manzana normanda en su manzano. |
La gran variedad de frutas cultivadas pretendía asegurar el abastecimiento durante la mayor parte del año, ya que su periodo de cosecha y almacenamiento variaba mucho. Por ejemplo, la campaña de manzana comenzaba a primeros de agosto con la manzana de Eva y terminaba con la manzana normanda a finales de octubre o principios de noviembre. La manzana de Eva es muy sabrosa y tierna, pero muy delicada: muy sensible a golpes y de difícil almacenaje. Hay que consumirla el día de su cosecha o en los dos o tres días siguientes. Lamentablemente ya no quedan árboles de esta variedad, ni de muchas otras, en Las Parras.
En cambio, la manzana normanda es sabrosa y tierna pero su periodo de almacenaje permitía conservarla hasta los meses de mayo e incluso junio. De hecho, se recolectan a finales de octubre pero no se empiezan a consumir hasta diciembre. Con el paso del tiempo la manzana se iba deshidratando y la piel empezaba a arrugarse. Paralelamente el dulzor natural de esta variedad de manzana aumentaba, por lo que muchas personas preferíamos su consumo en los meses de abril y mayo por encontrarlas más sabrosas. Para una mejor conservación, debían almacenarse en lugares frescos, ventilados e iluminados con luz natural. De vez en cuando había que revisar su estado y retirar aquellas manzanas que comenzaban a 'pudrirse', es decir, a descomponerse. Durante su almacenamiento, esta variedad de manzana desprende un inconfundible y agradable aroma intenso.
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Recolección de manzanas normanda. |
Hablo en pasado porque la falta de rentabilidad y la despoblación han hecho que la mayoría de estas variedades hayan desaparecido en Las Parras. Los pocos frutales que quedan se dedican al autoconsumo. Hoy en día no es necesarios almacenar la fruta, ya que en las fruterías tenemos acceso a frutas procedentes de cualquier parte del mundo. Como anécdota comentaré que aún recuerdo cuando en mi niñez descubrí la existencia de una fruta muy rara semejante a la manzana pero cuya piel no se comía. La llamaban ‘naranja’ y no sabía de dónde procedía porque no se cultivaba en los pueblos de alrededor.
El árbol frutal más cultivado en Las Parras con diferencia era el manzano de variedad normanda; ya que era la fruta más vendida, junto con la pera de agua, y la principal responsable de garantizar el consumo de fruta durante todo el largo invierno. Normalmente se injertaban ramas de manzanos de esta variedad en pies de otras variedades más resistentes (denominado injerto en pie franco). Su versatilidad permite injertarlas con éxito incluso en pies de membrillos, cuya raíz penetra con más fuerza en el subsuelo haciéndolo más resistente. Hoy no quedan más de diez árboles de esa variedad en Las Parras, la mayoría de ellos gracias al interés personal de mi padre, Jorge Chulilla Roche, por preservar esta variedad mediante la realización de injertos hace escasos años. Se trataba de una fruta muy apreciada para hacer postres y tradicionalmente su usaba para hacer la conserva del siguiente modo: ‘Se pela la manzana y se corta en finos gajos. Los gajos se fríen en aceite. Cuando están casi fritos, se añaden unas cabezas de ajo a la sartén. Cuando ya están fritas, se retiran los gajos de manzana y alguna cabeza de ajo, se escurren dejando caer el aceite a la sartén y se aderezan con azúcar para consumirlas de inmediato aún calientes. Muy apreciadas por los niños. Las cabezas de ajo restantes se vierten en el recipiente contenedor de la conserva, tradicionalmente tinajas de barro, junto con el aceite procedente de la fritura y alguna hoja de laurel’. Con ello se evitaba que la conserva llegara a 'ranciarse'; pues el aceite resultante de la fritura de esta manzana, del ajo y el laurel, aparte de proporcionar sabor, es un excelente conservante, que garantiza la durabilidad de la conserva en buen estado.
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Ejemplar joven de manzano de la variedad normanda injertado hace unos años por mi padre: Jorge Chulilla Roche. |