Al inicio de la posguerra, una parte de la producción agrícola y ganadera obtenida por las familias debía ser entregada a las autoridades para propiciar el racionamiento a la población. Hubo quien ocultó parte de la producción, por ejemplo en oquedades de dobles paredes o en hoyos escavados bajo el suelo plagado de estiércol de corrales de ganado, arriesgándose a ser descubierto por las concienzudas inspecciones de las autoridades. De haber sido descubiertos, las consecuencias para la familia habrían sido nefastas en tiempos de represión.
La venta de chatarra fue una importante fuente de ingresos
para la economía familiar de la posguerra. La guerra civil dejó abundante
material bélico en nuestro pueblo concentrándose principalmente en tres
lugares:
1.
Hoya de los molinos: Es el lugar donde más
chatarra se obtenía, principalmente en la ladera entre el cabezo El Castellar y
el camino que baja hacia la Hoya de los Molinos. Allí había grandes cráteres
producidos por los obuses de 15 ½ (en el pueblo llamados proyectiles). La
chatarra se encontraba en torno al metro de profundidad y en alguno de los
cráteres se llegaron a obtener cerca de 40 Kg de metal.
2.
Loma de Son del Puerto. También allí quedaron
cráteres producidos por bombas de menor tamaño aún visibles hoy en día.
3. Trincheras de la Solana. Aunque también se encontraban trincheras por la Cruz de la Cerrada, la muela y otros lugares, en el Cerro
(parte superior de la Solana) es donde más trincheras había. Entre las rocas de
sus paredes se encontraban ocultas principalmente granadas de mano, aquí
llamadas bombas de piña.
Las técnicas para desactivar las bombas y granadas eran de lo más variado y en ningún caso exentas de riesgo: Las granadas podían lanzarse a un lugar tras asegurarse de que no había nadie alrededor que pudiese resultar herido. Hay que tener en cuenta que muchas de ellas no explotaban, aunque seguían estando activas. Las bombas (y las granadas) se podían intentar desactivar desmontándolas cuidadosamente, lo cual resultaba excesivamente arriesgado y en una ocasión provocó la muerte de dos niños. En otras ocasiones se preparaba un fuego con aliagas en un lugar resguardado asegurándose de que no hubiese nadie en un radio muy amplio y se colocaba la bomba encima. Se prendía fuego al atardecer, cuando todos habían regresado de sus labores a casa, calculando que el fuego tardase un tiempo en alcanzar la bomba para poder alejarse lo suficiente. Al día siguiente a la explosión se podrían recoger los restos diseminados de la bomba.
La
imaginación daba para más técnicas, pero estas son las que a mí me han transmitido.
Recuerdo que en mi niñez todavía se encontraban muchas balas de las que extraíamos el balín y con la pólvora del interior hacíamos dibujos en alguna roca o escribíamos algún texto y le prendíamos fuego con un mixto (una cerilla) para que el dibujo quedase grabado en la piedra. El pistón seguía estando activo.